Ha comenzado el nuevo año lectivo y ya se observa aquí y allá, preparativos para ese ritual de pasada tan común a nuestros jovenes y que tanto desagrada a quienes tenemos en alto la dignidad y la trascendencia del Ser Humano; me refiero al Mechoneo.
Esta actividad con la cual un grupo de energúmenos creen estar dando la bienvenida a otro grupo de jovenes que ingresan al primer año universitario, y en la cual los humillan, los envilecen, rompen sus ropas, los embadurnan con sustancias asquerosas, los obligan a incurrir en actos indignos muchos de ellos de índole sexual y donde les exigen, finalmente, mendigar para culminar en una dionisiada en la cual festejan la suerte de estos pocos que inician el camino hacia el Saber que se supone existe en las universidades o centros Superiores.
Quizas en alguna época esta actividad tuvo algun sentido que le hizo perdurar en el tiempo, pero ya no puede ser así en nuestra época en la cual impera el respeto de los Derechos Humanos, la preocupación por los derechos de Mujer y la lucha por el derecho de vivir en un ambiente limpio y libre de contaminación.
Es un contrasentido total observar a los representantes de los alumnos, paladines en la defensa de los sin voz, de quienes más tarde argumentarán que la sociedad debe proteger a sus compañeros sin medios, amarrarlos cual esclavos, envilecerlos sin medida y todo por ese feble argumento "a mi también me sucedió".
Hubo un tiempo en que me indignaba esta actitud, pero ahora solo me deprime al constatar la fuerza que existe en nuestra alma de esta componente animal que nos impide ver en el otro un igual, y la cobardía que anida en nuestras almas cuando se trata de hacer cosas que vayan contra la corriente. Son muchos los que se comportan como ganado y son muy pocos los que independientes en su ser y actuar, levantan su voz, uniéndose a tantas voces pequeñas que han cambiado nuestra sociedad a traves de las eras.
Debo reconocer sin embargo que hay intentos de hacer del Mechoneo una experiencia humana inolvidable en el buen sentido, reconociendo en el otro a nuestro hermano y ayudandole en el momento especial que significa el ingreso a la universidad. Ayudar a los pobres, a los desposeídos, a los que sufren, gratuitamente, como debe ser, limpia nuestra alma como agua de manantial. Alegra mi alma ver estos brotes de humanidad en nuestras casas de estudio , aunque aún me apena percatarme que son más los intentos en las entidades privadas que en las entidades estatales. La humanidad no debería hacer diferencia entre universidades estatales y privadas, pero la práctica indica otra cosa.
Aún espero, porque confió en ello, que los jovenes de las instituciones estatales, hijos de la educación del estado en la educación media, sacudan la carga de cinismo y de ciega obediencia a la masa y se manifiesten como lo que son, hermosos proyectos de vida plena.
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